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Los campos, nuestros paisajes y horizontes, por el solo hecho de que están ahí, merecen la pena mirar, están para nosotros, luego podemos soñar tras todos esos silbidos y musicales cantos de las aves, como toda la vida que se entretiene en ellos, expone y reproduce. Eso es lo que veo en esta mezcla de paisaje, aves y río, que me alegran y acompañan en la relación con la naturaleza, con lo que para otros solo fuera la subsistencia, como me dijera un paisano agricultor: Cuando me hablan del campo, uno trabaja en tanto él, que piensas… ¡déjame, anda! ¡estoy harto! de pasar demasiado tiempo en el labrantío, porque no tengo más remedio. No todos vamos perdiendo el gusto por la vida elemental en estos campos y la natural conexión con la saber y actividad de nuestros mayores, incluso ellos se motivan algunas veces. Nos quedan los hermosos campos ahora verdeando, mucho más cuando llegan las primaveras, en compañía del sutil halo de la tenue niebla temprana y las brillantes gotas que como transparentes perlas de rocío, suavemente, decora por unos instantes..., ¡un espectáculo maravilloso! en un paisaje que bien pudiese, sin exagerar, decirse, que te hace sentir estar en el oasis, por su belleza y el total aislamiento. No hay nada tan penetrante y a la vez delicado, como sentir los pasos como la percusión de tu vida avanzando, o la lluvia suave que te va empapando y penetrando en paciente persistencia, como la luz de la mañana que se abre, te enciende, e inspira, expandiendo tu aliento. El amor y los campos, son casi iguales; los dos se marchitan en sequedales. Pero lloviendo, el amor como los campos van floreciendo |
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